Más larga que un paseíllo de Romero

Así está siendo la espera por conocer el ansiado cartel del Domingo de Resurrección hispalense. Si es cierto que «lo bueno se hace esperar», tómese su tiempo entonces, D. Ramón. De todas formas, la afición de Sevilla, este año más que nunca, trae renovada la fe currista, basada en la espera como Comunión eucarística de cada semana. Por los lares baratilleros se sabe esperar.

No obstante, no sé yo si va a ser buena idea eso de «hacer el cartel que diga Sevilla». Espero tener una sordera como la Puerta del Príncipe, mas por los corrillos taurinos no hay buenas habladurías. Apuestan varios «aficionaos» sobre la susodicha combinación en cuestión. Que si Roca Rey, que si Manzanares, que si El Juli… Hombre por favor. ¡Si fuera una inocentada, todavía! En las grandes citas de esta temporada no posee cabida el «destoreo». ¡Pa’ una vez que se pone la cosa medio interesante, señores!

    En primer lugar, la presencia de Morante, como dijo Joselito: «por consabida se calla». Hablar de ello es perder tinta. Llegan ahora los infantes de la Corona. Y afortunadamente no son escasos, todo sea dicho. Vamos a dejarnos de cachondeo y a empezar hablar de Pablo Aguado, Juan Ortega, Diego Urdiales o De Justo, como nuestros antepasados hablarían de Pepe Luis, Juan Belmonte, Chicuelo o Frascuelo, respectivamente. 

Y no por ello será menos vital este 2022 para los citados maestros. Con algo de mayor hincapié sobre las hombreras de Aguado. Dicen que «cuando te esperan y faltas, te esperan dos veces». Y duda no concibo de que este año los tendíos’ de la Maestranza esperaremos cuantas necesario sea. Tiene mucho que volver a meter en el esportón -si Dios lo quiere- el torero de berenjena y oro, máximo exponente del concepto sevillano. Y como esto de torear con la palabra, no solamente es una simple e insignificante opinión, sino que también permite mover al toro libremente de terrenos, lo que considero honestamente el mayor defecto que le impide crecer más si cabe, es haber estudiado. La tontería que acabo de decir es «menúa». Suena contradictorio, pero también le ocurre al Pasmo de Triana del siglo XXI: a Juan Ortega. El exceso de diplomacia, decoro y saber estar que cultiva una carrera universitaria arrasa esa pincelada única, esa personalidad diferente tan necesaria en un torero para persistir en los temas de conversación de ambientes taurinos. Es precisamente la personalidad una de las virtudes que identifican a Morante.

Con esto no me refiero a la personalidad de llevar a cabo sus respectivos conceptos: eso lo cumplen a rajatabla. Intento hacer referencia a la actitud frente al toro, lo que puede percibir cualquier tipo de público, el DNI vestido de luces. Tampoco dudo que algún día terminarán adoptándola. El alma torera está ahí, lo que hay es que darle de comer. Y «las prisas pa’ malos toreros».

Imágenes: Diario de Sevilla, Ignacio Sánchez Mejías, La Razón.

Romero Salas

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