La XXXIV Semana Cultural del Club Taurino Almodóvar vivió anoche –miércoles 12 de noviembre- uno de sus momentos más emotivos con la presencia del matador onubense David de Miranda, protagonista del coloquio titulado “El gran acontecimiento de la temporada”, celebrado en el Teatro Municipal de Almodóvar del Campo. La velada, conducida por el periodista Víctor Dorado, se convirtió en un viaje íntimo por la trayectoria de un torero marcado por la entrega, la fe y una historia de superación.
Ante un auditorio lleno, entre ellos el alcalde José Lozano, el empresario Carmelo García y la teniente de alcalde Carmen Santos, De Miranda desgranó una carrera forjada entre la gloria y el sufrimiento, con una sinceridad que conmovió al público. García destacó al diestro como “uno de los grandes triunfadores de la temporada”, recordando su gesta al abrir la Puerta del Príncipe de Sevilla -la única conseguida este año- y su brillante paso por la Feria de Málaga. Santos, por su parte, subrayó el vínculo especial del torero con la localidad, donde triunfó como novillero y matador en la Plaza de Las Eras de Marta.
Visiblemente emocionado tras la proyección de un vídeo que repasaba sus mejores faenas, David de Miranda confesó: “A veces me cuesta creer en mí, pero cuando veo estas imágenes, me ayudan”. A partir de ahí, la conversación se adentró en su trayectoria: sus inicios tardíos en Trigueros, la falta de escuela taurina y los primeros pasos en ganaderías como la de
Celestino Cuadri, donde aprendió “a crecer” enfrentándose a vacas exigentes. “La técnica es necesaria –reflexionó-, pero no tiene emoción; no podemos caer en engañar al público”.
El torero evocó con gratitud las enseñanzas de su maestro Manolo Cortés, a quien definió como una figura decisiva en su formación. También habló del valor no como un don ilimitado, sino como algo que “se gasta”, aunque siempre sustentado en el “compromiso y la entrega”.
Uno de los momentos más sobrecogedores llegó cuando narró la gravísima cogida sufrida en Toro (Zamora), que le dejó paralizado durante minutos. “No podía respirar y solo pensaba: ‘Por Dios, que no me vuelva a coger’”, relató con crudeza. La recuperación, larga y dolorosa, tuvo en su esposa su mayor apoyo: “Ella dejó su trabajo para cuidarme. Fue mi pilar”.
Pese a los golpes del destino -incluida la interrupción de su ascenso por la pandemia tras abrir la Puerta Grande de Madrid en 2019-, De Miranda halló en la soledad del campo la fuerza para reconstruirse. “Hago cosas allí que, si las hago en la plaza, me tiene que llegar el día”, se repetía. Y ese día llegó.
En 2024, su faena al toro Tabarro de Santiago Domecq en Sevilla le devolvió la confianza; y en 2025, el 10 de mayo, conquistó la Maestranza abriendo la mítica Puerta del Príncipe. “La afronté como si fuera la última tarde de mi vida”, confesó, lamentando después la escasez de contratos: “Abres la Puerta del Príncipe y solo te sale Málaga. Te planteas muchas cosas y dices: ¡Cómo está el toreo!”.
Pero fue precisamente en La Malagueta, el 19 de agosto, donde rubricó una de las faenas que ya pertenecen a la memoria taurina: la lidia de Enamorado, de Victoriano del Río. “Le vi en la mirada que, si le aguantaba, iba a tener nobleza. Y aposté por ello”. Solo más tarde, al ver las imágenes, comprendió que aquel toro había cambiado su vida.
La noche concluyó entre aplausos y emociones, con la profecía del presidente del Club Taurino, Carmelo García, quien aseguró que David de Miranda “será un torero de época”. Un vaticinio que resume el espíritu de un hombre que ha hecho de la fe, la superación y el compromiso los pilares de su arte y de su existencia.

























