Siempre he creído que los toreros debemos hablar donde realmente importa: en la plaza. Sin embargo, hay momentos en los que uno siente la responsabilidad de alzar la voz no por uno mismo, sino por el bien común, por aquello en lo que creemos y que queremos ver crecer de forma justa.
Por eso me animo hoy a escribir estas líneas, movido por un profundo respeto a la tauromaquia, a mis compañeros, y a la Copa Chenel, un certamen que tanto bien está haciendo a la profesión. Pero también porque creo firmemente que cada uno, en la medida en que puede, debe intentar dejar el mundo —y en este caso, nuestro mundo del toro— un poco mejor de lo que lo encontró.
He quedado fuera de la clasificación por unas décimas. Y sé aceptar las decisiones, como he aceptado muchas otras a lo largo de mi carrera. No me mueve la queja personal, sino la convicción de que hay aspectos que deben revisarse para que el certamen siga siendo un ejemplo de justicia y seriedad.
Me refiero concretamente al voto del público. No cuestiono su existencia, pues la afición es parte esencial de nuestra fiesta. Pero sí me gustaría reflexionar sobre su forma de aplicación. En la práctica, muchos compañeros, y yo mismo, hemos comprobado cómo este voto acaba convirtiéndose en un simple reenvío de enlaces a amigos y conocidos, quienes, sin haber visto siquiera el festejo, emiten su voto por compromiso o simpatía. Y esto, en ocasiones, termina alterando de manera significativa la clasificación final.
Lo preocupante no es la décima que se gana o se pierde. Lo preocupante es que esta votación popular, que en apariencia parece menor —un 0,5—, puede desvirtuar el criterio de un jurado profesional que sí ha estado presente, que sí ha seguido cada faena con conocimiento y sentido crítico, y cuya opinión debería tener un peso que no se vea diluido por un mecanismo popular fácilmente manipulable.
Mi intención al exponer esto no es otra que contribuir, con humildad y desde la experiencia, a que la Copa Chenel siga creciendo con el prestigio que merece. Estoy convencido de que la Fundación Toro de Lidia comparte este mismo objetivo, y por eso les invito a replantear el sistema del voto del público de cara a futuras ediciones, buscando fórmulas que garanticen una participación más informada, más justa, más acorde con la realidad de lo que se vive en el ruedo.
Porque al final, los toreros hablamos con el capote, la muleta y el corazón. Y es en la plaza donde debe medirse nuestra entrega, nuestro arte y nuestro esfuerzo.
Con todo respeto y con la esperanza de que esta reflexión sirva para sumar,
Jorge Molina
Matador de toros