Enero de 2022.

Artículo de opinión de Santi Ortiz.

Enero. Mes de noches largas y luna torera. Y de inicio de táuricos amores, porque es costumbre andaluza echar los sementales a las vacas a primero de mes para que estén con ellas hasta que prendan las hogueras de San Juan. Verdinadas las plazas y frías las maromas de las barreras, faltos de grasa los cerrojos de portones y toriles, es mes poco taurino, aunque cada año amanezcan antes modestos carteles arrogándose presentar “la primera feria del año”. El toreo, empero, cruza el charco y es en América donde se cuecen las principales castañas del mundo de Tauro: temporada mexicana, tempranera feria colombiana de Manizales, para gustar, una vez traspasado el ecuador mensual, el “suavecito” compás venezolano en la cartelería de San Cristóbal. En suelo hispano despedían el mes la madrileña feria de Ajalvir, un lustro ya desaparecida, y la más antañona de Lucena del Puerto, en la vega del Tinto, allá por mi querida Huelva. Sin embargo, puede decirse que, por estas calendas, en España lo que no se asa en el campo se cuece en los despachos. Los cambios de apoderamientos, las plazas a subasta y la preparación de carteles para la temporada que asoma de nuevo bajo la inclemente amenaza pandémica, acaparan el trepidante deambular de los hombres del toro.

Suspiran en los armarios los trajes cortos añorando un festival que llevarse a los sueños, mientras en peñas y tertulias se encienden las fogatas de las conferencias, las entregas de premios, los preparativos de excursiones al campo bravo para llenar los pulmones de vida y los ojos de estampas imborrables. Al calor tenue del sol invernizo, comienzan a despertar del letargo las encaladas plazas de tientas sacudidas por la voz firme –¡Cerra, jeeee!– del tentador y las órdenes precisas –¡Pararla!…, ¡Ponerla más larga!…, ¡Ahí quedó!…, ¡Vista!– del ganadero. Se llenan de signos los libros de notas y la cultura copia a la biología, arrogándose el dueño de los morrillos el papel de la naturaleza seleccionando con sus criterios, a semejanza, en tiempo reducido, de lo que la selección natural ha venido haciendo desde millones de años con las distintas especies animales. La mente del hombre interviniendo en el proceso selectivo. La selección cultural del toreo llevando al Bos Taurus por los derroteros del arte del toreo, para convocar su milagro buscando que el anhelo del aficionado quede satisfecho con mayor frecuencia.

Enero nos abre su capote un año más: el 2022 de nuestra era. Así lo hiciera 1922, con un Granero en lo alto del candelero, aspirante, según muchos, a ocupar el puesto que había dejado vacante Joselito. Un siglo antes –1822– sorprendemos a Juan León iniciando su etapa más triunfal, aunque llevando fresco el luctuoso lastre de la fatal cogida de su maestro Curro Guillén dos años antes en la plaza de Ronda. Y en 1722, cuando ya comenzaba a sonar con cierta fuerza el nombre de aquel que fuera carpintero de ribera y chulo de los maestrantes de Ronda, Francisco Romero –tronco fundador de la dinastía rondeña de los Romeros–, quien ha pasado a la historia del toreo como inventor de la muleta. Estamos en los tiempos oscuros, en cuya nebulosa se debate el incierto inicio de la consolidación del toreo a pie.

En ninguno de estos años soplaron buenos vientos para la tauromaquia: 1722 nos sorprende dentro del periodo de abstinencia taurina impuesto por Felipe V; 1822, en pleno trienio liberal, tras el alzamiento de Riego, con una situación política crispada que explotaría al año siguiente, cuando los cien mil hijos de San Luis invadieron España para reinstaurar el régimen absolutista; 1922, fustigado por el desabrido ventarrón que embiste a la cultura popular, con una corriente antitaurina y antiflamenca, que convoca a la música —Manuel de Falla y Federico García Lorca, mediante– a salir en defensa del pueblo y del flamenco, con la celebración del Festival de Cante Jondo de Granada. Y en este 2022, no hace falta insistir, pues todos transitamos por los negros abismos de la pandemia, la colonización cultural que nos asola, un Gobierno títere en manos de los enemigos de España y los intereses creados de la multinacional animalista, que no sólo pretende acabar con los toros, sino con lo que ha sido durante milenios nuestra civilización.

Cruzaremos la noche entre ladridos de perros furiosos y desasosiegos de amenazas inciertas, con la voluntad de alcanzar el nuevo amanecer. Y llegaremos a sentir la sonrisa del alba. Nada termina. Todo continúa. Y este 2022 en el que entramos, será un almanaque más por el que ir añadiendo sillares al edificio que llevamos tres siglos construyendo, tres siglos levantando. Hay nombres toreros asentados en el podio de la Tauromaquia, y otros que exhalan el embriagador perfume de la esperanza -¡qué ganas de verte, Tomás Rufo!–. Hay divisas que siguen acreditando la bravura de sus colores, otras que vienen empujando con todo el ímpetu de su casta y aquellas que, como gato panza arriba, defienden la supervivencia de su encaste. Y hay un público ávido de toros, deseoso de sentirse transportado por el fogonazo del milagro, de llenar su retina con esa geometría transustanciada en arte que, a veces, alcanzan a crear un torero y un toro. La ilusión, el valor, la bravura… todos están dispuestos, afinados, a punto, para reiniciar un año más el ciclo pagano y festivo –carrusel de ferias y fiestas– donde el toreo anida para echar a volar sus prodigios.

Y entonces, cuando la impaciencia haga presa en nosotros, de nuevo nos salvará la voz de los clarines.

¡¡Feliz Año Nuevo!!

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