Por Carlos Alexis Rivera CNP 10746
En el mapa de la cabaña brava venezolana, Villafranca no es solo un nombre: es un símbolo de memoria y gratitud. La ganadería que dirige el torero José Cariel «El Amarillo» lleva su denominación en homenaje a Vila Franca de Xira, población portuguesa donde el diestro vivió sus primeros pasos en Europa, cultivó amistades profundas y vio nacer a su hija mayor.
Ese vínculo personal explica la elección del nombre. No se trata de un capricho, sino de un gesto de reconocimiento hacia la tierra que le abrió puertas y le permitió fraguar sus inicios como torero. Hoy, en los potreros de Las Tejas – El Rastro, en Calabozo, estado Guárico, el hierro Villafranca pastorea con la misma ilusión que acompañó a Cariel en sus días lusitanos.
El sueño comenzó en 2017, cuando «El Amarillo» reunió una punta de vacas de don Euclides Sánchez, de encaste Parladé, y el semental Bruxito, de origen Torrestrella. Aquel lote inicial fue la semilla de un proyecto que pronto se mostró en público: Valle de la Pascua 2023, donde el toro Don Chente (n.º 101) fue indultado por César Vanegas. La tarde dejó dos orejas al primero de la corrida y la certeza de que Villafranca había nacido para ser hierro de respeto.
Maracay y Caracas han sido testigos de tientas con vacas bravas y nobles. En la Feria de San José 2024, cuatro novillos de Villafranca confirmaron la seriedad del proyecto: Suertudo (n.º 104) permitió al diestro Cariel cortar dos orejas de ley, Manuel Medina «El Rubi» sumó otra y José Nelo «Morenito de Maracay» completó la tarde con nota positiva.
Este 2025, la ganadería se ha fortalecido con vacas y toros de El Rocío, de la familia Villanueva, procedentes de don Juan Campolargo. A ello se suman dos sementales colorados, Ruiseñor (n.º 48) y Caramelo (n.º 46), que se perfilan como padres de futuro.
La crónica no es sólo de resultados, sino de una visión: la de un torero que se hace ganadero. José Cariel «El Amarillo» entiende que el toro bravo no se improvisa; se cría, se selecciona y se respeta. Su doble condición le permite trasladar al campo lo que exige la plaza: bravura, nobleza y emoción. Villafranca avanza así, a fuego lento, con una ilusión familiar llena de afición y respeto por el toro de lidia y con la esperanza de convertirse en referencia de la cabaña brava venezolana.
















