Historia del Toreo – Lascosasdeltoro https://www.lascosasdeltoro.com Aquello que siempre quisiste saber, lo ponemos a tu alcance. Tue, 04 Jan 2022 10:36:50 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.4.4 102045229 Toreros de ayer, Francisco Barroso (parte II). https://www.lascosasdeltoro.com/actualidad-taurina/toreros-de-ayer-francisco-barroso-parte-ii/ https://www.lascosasdeltoro.com/actualidad-taurina/toreros-de-ayer-francisco-barroso-parte-ii/#respond Wed, 05 Jan 2022 10:34:00 +0000 http://www.lascosasdeltoro.com/?p=85465 En las Colombinas del año 2.000, concretamente el 4 de agosto, volvió a actuar ante reses de José Ortega junto a Víctor Puerto y Eduardo Dávila Miura. Gran actuación con el primero de su lote, al que le cortó las dos orejas tras un sensacional quite por gaoneras y el inicio con estatuarios para seguir con un trasteo importante con ambas manos y en las cercanías para cerrar con unas apretadas manoletinas, logrando las dos orejas,  mientras recibió palmas en el que cerró plaza, antes de volver a salir a hombros.

Al año siguiente, el 2 de agosto, toreó con Juan José Padilla y Eduardo Dávila Miura, lidiando astados de Concha y Sierra, volviendo a cortar dos orejas a su primero y ser ovacionado en el otro, con nueva salida a hombros. Lo mejor lo hizo en el primero, especialmente en dos series de redondos. No pudo revalidar su triunfo en el otro porque el animal no dio ningún tipo de facilidades por lo que fue imposible encontrar ocasión para el lucimiento.

La sexta corrida la toreó el 1 de agosto de 2.002, lidiando astados de Hijos de Celestino Cuadri junto a Pepín Liria y Juan José Padilla. En esta ocasión cortó una oreja a su primero y fue ovacionado en el otro. Las ganas de triunfar presidieron su actuación, recibiendo dos volteretas en su primero, No pudo redondear el triunfo por el mal manejo de los aceros después de otra actuación llena de entrega, con buenas series de redondos muy ligados.

Un año más tarde lo hizo junto a Antonio Ferrera y David Fernández “El Fandi”, con reses de Gerardo Ortega. Ese día logró un apéndice en el primero mientras fue silenciado en el quinto de la tarde, en la que el onubense puso mucha voluntad., logrando en su primero algunos pases buenos por el pitón derecho y sufriendo un revolcón. Con el otro estuvo voluntarioso en un trasteo encimista ante un animal a la defensiva.

Fue la última actuación en la plaza, en la que había obtenido un total de doce orejas, y en tres ocasiones el premio fue doble, logrando, además, dos Trofeos Navegantes al triunfador de la feria.

Dedicado a la cría y doma de caballos, se mantiene relacionado con el planeta taurino a través de colaboraciones con distintos medios de comunicación.

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Toreros de ayer, Francisco Barroso (parte I). https://www.lascosasdeltoro.com/actualidad-taurina/toreros-de-ayer-francisco-barroso-parte-i/ https://www.lascosasdeltoro.com/actualidad-taurina/toreros-de-ayer-francisco-barroso-parte-i/#respond Tue, 04 Jan 2022 10:34:00 +0000 http://www.lascosasdeltoro.com/?p=85463 Hijo del que fuera novillero Eugenio Barroso Ponce, que actuó en la década de los 50, desde muy pequeño vivió el ambiente taurino.

Su debut en Huelva se produjo el 30 de julio de 1.993 al lado de Jesús Medrano y Ricardo Ortiz, con reses de Joaquín Buendía. Aquel día estuvo con muchas ganas ante ganado poco propicio, dejando patente su valor sin que los revolcones hicieran mella en su ánimo. Corrió muy bien la mano y fue muy aplaudido en sus dos toros con los que fue avisado en una ocasión.

Al año siguiente, el 4 de agosto, hizo el paseíllo con Luis Miguel Encabo e Israel Castilleja “El Triguereño” para estoquear reses de Manuel Ángel Millares. En esta ocasión, tras oír un aviso en cada oponente, fue aplaudido en uno y dio la vuelta al ruedo en el otro después de haber pisado un terreno inverosímil que impresionó a los tendidos que cayeron a sus pies pero que no pudieron premiarle por el mal uso de las espadas.

La tercera novillada la toreó el 2 de agosto de 1.995, junto a Jesús de Fariña y Juan Muriel con reses de José Luis Pereda. Volvió a impresionar con su valor en el primero, al que le cortó una oreja. Repitió actuación en el cuarto, pero el novillo le alcanzó produciéndole una herida en el testículo derecho hasta la canal inguinal, disecando los elementos del testículo hasta el anillo inguinal interno, calificándose como de menos grave su estado.

El 4 de agosto de 1.997, Manuel Díaz “El Cordobés” le cedió el toro “Amapolo”, con el hierro de José Ortega, al que le cortó una oreja y lograba las dos del que cerró plaza. El testigo de la ceremonia fue Vicente Barrera. Brindó el de la ceremonia a su padre y su primera faena la inició con ayudados por alto para seguir con ambas manos ante un toro sin fuerzas, recibiendo muchos aplausos y una merecida oreja. Se desquitó en el último de la tarde al que le realizó una magnífica y emocionante faena, ofreciendo los muslos, para acabar de una estocada y cortar las dos orejas.

Poco después, el 8 de septiembre, y con ganado de José Luis Pereda toreó con Emilio Silvera y Morante de La Puebla. El torero salió decidido a abrir la puerta grande y, de nuevo, ofreció sus muslos en dos arrimones estremecedores en los que expuso mucho y mostrando sus ganas de triunfar, cortando una oreja a cada uno de sus oponentes, volviendo a salir a hombros.

El 28 de febrero de 1.999 intervino en un festival benéfico, matando un novillo de Torrestrella, con el que recibió muchas palmas después de haber estado muy valiente y entregado, aunque no pudo lucirse y, además, mató muy mal.

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El Espartero en seis Hitos (II) https://www.lascosasdeltoro.com/actualidad-taurina/el-espartero-en-seis-hitos-ii/ https://www.lascosasdeltoro.com/actualidad-taurina/el-espartero-en-seis-hitos-ii/#respond Sun, 02 May 2021 11:04:00 +0000 http://www.lascosasdeltoro.com/?p=72070 Por Santi Ortiz

SEVILLA


Que un muchacho de veinte años logre, en un tiempo récord, conquistar, seducir, hechizar, atraer, cautivar y hacer suyo el corazón de una ciudad; que se rinda ésta totalmente a sus dotes, que se le entregue apasionadamente, que lo idolatre y se enamore de él hasta rayar la locura; que haga de su figura un paradigma, un modelo a seguir, un espejo donde reflejarse, parece más propio de fábulas y cuentos que de realidades históricas. Y, sin embargo, tal fue lo que ocurrió con El Espartero y Sevilla. En lo que alcanza mi conocimiento, no encuentro en toda la historia del toreo más parangón a este prodigio que la conmoción producida en la Ciudad Condal por la irrupción de Chamaco en Barcelona.

Presentemos primero una síntesis del caso sevillano para apreciar con mayor nitidez su dimensión. El Espartero debuta de novillero en La Maestranza, siendo un perfecto desconocido para el gran público, el 12 de julio de 1885, y mes y medio después –31 de agosto– había toreado en dicha plaza ¡ocho! novilladas –que pudieron ser diez, de no mediar una lesión en la muñeca derecha que le hizo perder la que lo anunciaba el 27 de agosto y otra el 6 de septiembre–, dándose el caso que, en la última de las toreadas –día laborable–, no sólo se llenó la plaza de un modo inaudito y la reventa cotizó las entradas a precios exorbitantes, sino que los talleres cerraron antes de la hora acostumbrada y todas las oficinas y establecimientos industriales y mercantiles dieron por finalizada la jornada a tiempo de poder ir a los toros.

Que un torero –más aún, un novillero– tenga poder de convocatoria no ya para atestar de público la plaza, sino para alterar los usos y costumbres de una ciudad como Sevilla y paralizar su vida laboral con objeto de que los trabajadores pudieran asistir a su corrida, es algo que está al alcance de muy contados astros sean del arte que sean. El Espartero resultó ser uno de estos raros especímenes. Y sin que cupiera la más mínima duda, pues era su nombre el único reclamo que vaciaba las taquillas de papel, como pudo comprobarse en aquella novillada anunciada, a la que no pudo asistir por estar lesionado, y que por ello fue fulminantemente suspendida.

¿Qué enigma, qué misterio, se encierra en un corazón con alamares para provocar tamaño apostolado? ¿Qué tenía aquel chiquillo de ojos oscuros y de mirada triste para tocar de esa manera la fibra sensible de su pueblo, como más tarde de los pueblos de todas las Españas? Lo cierto es que la temporada sevillana iba languideciendo entre grises bostezos, cuando, de pronto, sin esperarlo nadie, El Espartero, libertad bajo el brazo y la sangre educada en los libros de texto del bravío plenilunio y del polvariego sudor de las capeas, bajó al albero y ondeó su luz incandescente para alumbrar de asombro el histórico templo y nutrirlo de un pan desconocido. Al mismo tiempo, un viento de futuro, desatado por él, golpeaba las aldabas del arte de la lidia agrietando sus viejas estructuras.

Esa manera de encender la vida, de elevar las almas al más puro entusiasmo, aunque esté sustentada en sólidas columnas de un valor nunca visto, no puede reducirse a esto. Ha de haber algo más, puede que indefinible, autárquico, extraño, llegado de un indescifrable y arcano porvenir. No es sólo con pura valentía como se logra que al cabo de tres o cuatro novilladas, la mayoría del pueblo adopte sus formas y maneras y haga de él un modelo digno de imitarse. Según cuentan sus coetáneos, a Sevilla le dio por vestir a lo Espartero, pelarse a lo Espartero, fumar a lo Espartero, comer a lo Espartero, y era el mocito de la plaza de la Alfalfa un paradigma tan a tener en cuenta, que, como narra José María del Rey, Selipe, en su obra “Espartero y Guerrita”, los placeros del mercado de abasto, para mejor vender, etiquetaban sus mercancías con rótulos que decían: “Del Espartero”. Y era mano de santo.

Aunque Manuel no siguió los cauces normales de hacerse primero banderillero para luego pasar a matador, sí que en ocasiones sueltas salió a la plaza a las órdenes de un espada. Por ejemplo, la primera vez que pisó el ruedo de Sevilla –8 de octubre de 1882– lo hizo figurando como banderillero de Cirineo, que había vuelto al escalafón de novilleros después de haber renunciado a la alternativa. De nuevo, en julio de 1884, torna a cruzar el albero maestrante para banderillear novillos del marqués de Villavelviestre, que estoquearon Marinero y Lavi. También actúa ese año como banderillero en el huelvano Trigueros, a las órdenes de Centeno, donde le dejan matar el último novillo, de don Manuel Garrido, en el que estuvo, según refleja El Toreo Sevillano, superior. A punto estuvo también, a primeros de diciembre del citado año, de cruzar el océano para torear en Montevideo acuadrillado con Centeno; pero, antes de zarpar, averiguaron que hacia aquel punto había partido ya otra cuadrilla, de diestros madrileños, ajustada por la misma empresa. Por esta circunstancia, se quedó en Sevilla esperando fortuna.


Vayamos, sin más dilación, a la novillada de su debut maestrante, aquel 12 de julio de 1885. Hubo que mover Roma con Santiago hasta conseguir las recomendaciones que le permitiesen figurar entre los matadores de aquella novillada, celebrada a beneficio de la Hermandad de la Virgen de la Esperanza. Esto le obligó a aceptar las penosas condiciones en que fue contratado, pues tenía que matar dos novillos desechos de tienta y cerrado sin percibir ni una peseta y corriendo de su bolsillo los gastos del carruaje que lo condujera a la plaza. El cartel estaba formado por dos reses de don Gregorio Zambrano, que serían rejoneadas por Manuel Cano Iglesias y José Sánchez Morillo, y estoqueadas por el banderillero Antonio García, Fatigas, y seis novillos de D. Anastasio Martín, cuya lidia y muerte corrían a cargo de Currito Avilés, Juan Manuel Campó y Manuel García, El Espartero, que estrenaba apodo, ya que, acertadamente, a la empresa no le pareció conveniente anunciarlo como Manuel García a secas.

Una vez acabada la parte ecuestre y arrastrado el segundo de los novillos, saltó a la arena “Pañero”, número 3, cárdeno y tan cornalón y corniabierto que, a decir del cronista de El Toreo, tenía la punta de un pitón en Madrid y la otra en Sevilla. Espartero –azul marino y oro– lo saludó con seis verónicas y un farol que sorprendieron gratamente al cónclave. Tomó el cárdeno nueve varas a cambio de un caballo muerto y, después del “sainete” que protagonizaron en banderillas Blanquito y Veneno, el chaval de la Alfalfa salió a su encuentro con una muletilla llamativa por chica, para empezar a sembrar la semilla del asombro pisando unos terrenos y colocándose en unas cercanías que el público no había visto nunca. La faena, muy breve, como se estilaba entonces, con buenos pases naturales y de pecho y uno con la derecha, emocionó a los tendidos, dando paso al entusiasmo cuando Manuel, entrando a matar tan en corto como no lo hiciera torero alguno, tiró al de Martín sin puntilla, después de enterrarle el estoque al encuentro. La primera cosecha de cigarros puros y de sombreros arrojados en su honor a la arena, fue recogida por El Espartero en medio de una gran ovación; circunstancia que se repetiría en el que cerró plaza, de infausto nombre a treinta y cinco años vista, pues atendía por “Bailaor”, al que tras lucida faena, mandó al desolladero de un volapié brutal. Es preciso hacer notar que esta contundencia estoqueadora que mantuvo en su breve andadura novilleril decaería una vez alcanzado el galón de alternativa. Por lo pronto, el soneto que le dedicara Paco Pica Poco en su crónica, acababa con el siguiente terceto: “Espartero esta tarde ha demostrado/ que siguiendo cual va, tendrá el consuelo/ de llegar a igualarse con Frascuelo.” De momento, ilusionó y satisfizo al público, que lo llevó en hombros hasta el coche.Ya no pararía de torear y triunfar en La Maestranza: en dicho mes de julio, el domingo siguiente, día 19, y el Día de Santiago, donde estoqueó astados de Teresa Núñez de Prado y Moreno Santamaría, respectivamente. De esta última novillada, es el siguiente comentario del crítico anterior:“Manuel García (el Espartero), natural de Sevilla, es un joven matador de novillos que promete ocupar un buen puesto entre los más reputados toreros.

“Tiene mucho corazón, maneja muy bien la muleta, no se desvía de la cara de los toros y se tira tan en corto, que es mentira que haya quien lo imite.

“Trabaja con la misma serenidad que los chicos que juegan al toro, como si éste fuera un niño a quien pudiera decirle: “Estate quieto”.

“En las tres corridas que a la presente lleva trabajadas en Sevilla ha dejado satisfechísimos a los que han tenido el gusto de verlo.

“En todos cuantos circos ha trabajado, se ha conquistado muchas palmas y ha sido contratado para otras corridas.

“Todo cuanto se diga respecto a este joven, es poco.”

Y siguió agosto: el 2, el 9, el 15, el 23 y el 31, le vieron hacer el paseíllo en Sevilla. Mató ganado de Pérez de la Concha, de Antonio Miura –dos–, del marqués de Saltillo y de los señores Benjumea. Y en las cuatro últimas colgó el “No hay billetes” todas las tardes. Como antes señalamos, perdió la prevista para el día 27, porque en la que toreó cuatro fechas antes, por satisfacer la petición del público para que banderilleara el último saltillo de la suelta –“Grullito”, de nombre–, fue enganchado al poner un par y despedido al suelo, donde al caer se lastimó la muñeca derecha. Pese a este doloroso contratiempo, a la mala condición del toro y a que por ser completamente de noche nada se veía –la electricidad no llegaría a La Maestranza hasta la segunda década del siglo XX–, hizo una faena valiente, aunque no bien rematada porque, visiblemente mermado por el percance, necesitó de siete pinchazos y tres medias estocadas para desembarazarse del tal “Grullito”. Esta lesión es la que le impidió torear el día 27 y, más tarde, tras reproducírsele durante la novillada del 31, la que se proyectaba para el día 6 de septiembre.

Si como torero tenía un corazón grande, Manuel, como persona, era hombre de gran corazón. De ahí que no le importara, en medio de sus triunfos sevillanos, desplazarse el 19 de agosto a Olivares para matar un novillo en la capea que organizaba la localidad, por celebrarse ese día a beneficio de su íntimo amigo y banderillero Manuel Garroche y estimar que con su presencia aumentaría sustancialmente la recaudación.


Parece que Manuel asumió como propio el aforismo de Gracián, según el cual “lo bueno si breve, dos veces bueno”, porque su carrera de novillero con caballos no pudo ser más meteórica y fecunda: en tan sólo dos meses, mató 31 novillos en 12 corridas –la última, el 8 de septiembre en Fuente Heridos–, para hacerse matador de toros cinco días después.

Sevilla, barroca y narcisista, enamorada como nunca antes, prendía de sus suspiros la flor de una ilusión hecha torero; un torero que la cautivaba con la humildad y la melancolía de quien, ante la muerte que en los toros late, se entrega a darse todo por entero con la serenidad y gallardía del que ha sido invitado por los dioses al inmortal banquete de los héroes.

Y saliéndosele el corazón por la boca, Sevilla espera ansiosa la llegada del próximo hito ¡ la ceremonia de la alternativa!

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El Espartero en seis Hitos (I) https://www.lascosasdeltoro.com/actualidad-taurina/el-espartero-en-seis-hitos-i/ https://www.lascosasdeltoro.com/actualidad-taurina/el-espartero-en-seis-hitos-i/#respond Sat, 01 May 2021 11:03:41 +0000 http://www.lascosasdeltoro.com/?p=72067 Por Santi Ortiz

INICIOS DE LUNA Y PUEBLOS

Silencio. Luna llena. Una sombra cautelosa traspasa las lindes del vallado. Camina agazapada, sigilosa, como lo hubiese hecho un cazador remoto. Lleva el músculo tenso y los ojos alerta; la determinación le encaja las mandíbulas mientras avanza resuelta hacia el cerrado donde barrunta la presencia del toro. Cruje una rama seca. Un cuatreño se encampana inquieto. Silencio… Las dos de la mañana. De pronto, el fucilazo sonoro de una honda que restalla. Zumba el proyectil su curva trayectoria. Un nervioso rumor de pisadas acompaña al revuelo que la pedrada produce en la piara…

–Ahí está ya, don Antonio –cuchichea al oído del ganadero desde su escondite, Frasquito, el conocedor de la ganadería–; ese es el zagalete que me tiene en jaque de un tiempo a esta parte; ese es el condenao que cada luna remueve el ganao de un lao pa otro hasta que consigue apartar un toro pa liarse con él y torearlo con una muletiya más chica que una almeja. ¡Y que no he podío cogerlo, don Antonio!… Maldita sea su estampa, es escurridizo como una anguila.

–Tranquilo, Frasquito, que hoy no se nos escapa; para eso estamos aquí tú, yo y todo el personal del cortijo, desde los garrochistas a los manijeros. A ése esta noche le echamos el guante.

Efectivamente. No había hecho el chiquillo más que comenzar su tarea de apartado cuando los centinelas se le han venido encima haciendo infructuoso todo intento de escape.

Ven acá, granuja –avanza hacia él un Frasquito cargado de amenazas–, que te voy a mondar el pellejo. Verás cómo te quito yo las ganas de toros pa los restos.

El mozuelo, seco como una tomiza, vislumbrando detrás del furibundo mayoral al propietario de la ganadería, implora:

–¡Don Antonio, por su madre, no permita usted que me peguen! Si vengo aquí es porque quiero ser torero.

–¿Torero tú, con esa cara que tienes de enterraó?

–Sí, don Antonio –sentencia con firmeza el muchacho–: o soy torero o me parte el corazón un toro.


Don Antonio Miura acusa en sus ojos el lacerante cabrilleo de los del torerillo. Su mirada es un pleonasmo del convencimiento que late en sus palabras. “Otro loco poseído por el gusanillo del toreo”, se dice mientras corta con un gesto el agresivo avance del mayoral. Sin poderlo evitar se le viene a la mente lo que el propio Frasquito le ha contado acerca de las correrías nocturnas del mozuelo y recuerda que el tono de enfado con que su mayoral narra sus fechorías no ha podido disimular un inequívoco trasfondo de admiración: “Ese niño maneja la muleta como los ángeles, don Antonio. Ayer se lió con el “Relicario” y lo dejó tonto; y misté, don Antonio, que el “Relicario” es pegajoso…; ahora, que más listo es él todavía pa juí: en cuanto nos endiqueló ganó er vayao y se perdió de vista”.

El hijo de don Juan Miura –aquel sombrerero fundador de la célebre divisa–, hombre irremisiblemente enamorado del campo y de la Fiesta, siente cómo le invade un sentimiento de conmiseración por aquel chiquillo y se resiste en su fuero interno a entregarlo a la guardia civil.

Encerradle en el pajar. Que pase aquí la noche y mañana ya veremos qué hacemos con él. Pero que nadie le toque un pelo, ¿eh?

A la mañana siguiente el muchacho es conducido a la plaza de tientas donde lo esperan don Antonio y el personal de la finca. En los corrales hay encerrado un utrero. El ganadero le suelta: “Vamos a ver si de día toreas tan bien como dicen que lo haces de noche”.

Cuando el torerillo concluye su faena al ganadero no le caben dudas sobre el valor y las condiciones excepcionales que éste posee.

–A ver hijo, ¿cómo te llamas?

–Manuel García Cuesta, don Antonio.

–¿Y de dónde eres?

–De Sevilla. Mis padres poseen una espartería en la plaza de la Alfalfa.

–Pues se ha terminado eso de torear de furtivo en mi casa. Creo que puedes ser torero y, de aquí en adelante, voy a ayudarte a serlo.

De este modo comenzaba la andadura taurina de El Espartero. Inicios de aguafuerte en luna y madrugada bajo el silencio maestrante de la noche. Idénticos comienzos que pasados los años dictarán sus lecciones a Belmonte en Tablada, a El Cordobés en las dehesas de Palma del Río, al Marismeño y Paco Ojeda en la marisma sanluqueña o a tantos y tantos otros que acabaron engullidos por las sombras del anonimato.

Pero la historia de El Espartero comienza antes, concretamente a las dos de la mañana del miércoles, 18 de enero de 1865, cuando entonó el llanto de su entrada en el mundo. Lo hizo bajo el signo de capricornio, décimo del zodiaco y gobernado por Saturno, en el que los creyentes de la astrología pueden advertir cierta premonición, por ser este planeta mitológico devorador de sus hijos, habida cuenta del trágico final del recién nacido. Como a augurio puede tomarse que naciera en una época prerrevolucionaria –acababan de descubrirse en Alicante, Sevilla y Olivenza, conspiraciones militares de signo republicano–, el que luego sería auténtico revolucionario del toreo. Bautizado con el nombre de Manuel en la sevillana Iglesia Parroquial de San Marcos, su padre –natural de Fuentes de Andalucía y de oficio espartero– le aportó el García de su primer apellido, mientras Josefa, su madre, hispalense y de profesión sus labores, completaba la filiación con el Cuesta que habría de figurar como apellido materno.

Tal vez, su irrupción en la vida en plena madrugada tuviera algo que ver con la vinculación que siempre sintió hacia la noche. En su negro secreto, recorrió los caminos de sus sueños insomnes, las largas caminatas guiadas por una sola brújula: el toro; caminatas mitigadas por una borriquita inseparable, compañera de aquellas fatigas sin gloria y mudo testigo de sus furtivas aventuras lunarias. Una burrita a la que el generoso corazón de Manuel, una vez conseguida la fama y el dinero, guardó eterno agradecimiento tratándola a cuerpo de reina hasta que se murió de vieja.

Suele ponderarse, cayendo a veces en el tópico, la afición “desmedida” de los aspirantes a la gloria, de los soñadores de triunfos y palmas, de los esforzados novicios que no reparan en dificultades, peligros y zozobras, con tal de pegar un par de capotazos a una res sin importarle la edad, el peso y los pitones. Qué duda cabe de que han sido muchos los que así han pretendido abrirse camino hacia la gloria; pero es difícil encontrar alguien tan osado, tan dispuesto, tan estoico, tan entero ante los contratiempos, tan firme en su afición, tan valiente, tan duro ante los golpes y palizas, como este Manuel García Cuesta, al que el mundo del toreo conocería más tarde por el apodo de Espartero.

Cuando le “picó el gusanillo”, allá por 1881 y decidió meterse a torero, o como decía por entonces la gente de coleta: “a dejarse el pelo”, tuvo afición y coraje suficiente para echarse a la espalda cuantas dificultades le surgieron con tal de satisfacer sus insobornables ganas de torear. En primer lugar, venció la oposición paterna, con los castigos y reconvenciones que llevó aparejada, y no hubo dehesa en los alrededores de Sevilla, ni capeas pueblerinas, ni tentaderos, ni ganado bravo que fuera al matadero, que no supiera de las andanzas y fechorías del mocito de la Alfalfa. Tanto furtivismo, tantas correrías e incursiones, le habían traído, amén de cierta fama, toda una cohorte de vaqueros, mayorales, guardas forestales, mozos de matadero, gañanes, boyeros y hasta ganaderos, que, como Frasquito, el conocedor de Miura, ardían en deseos de ponerle la mano encima por ver si escarmentaba de una vez por todas. Y eso que varias veces habían sido sorprendidos él y sus compañeros de luna por los guardias rurales y conducidos a la “casilla”, que es como vulgarmente se conocía la prevención municipal. Una de estas ocasiones fue muy comentada en Sevilla.

Cierta noche, cuando lo tenían todo preparado para torear en la dehesa de Tablada y como la luna no quisiera salir, decidieron esperar las claras del amanecer para llevar a cabo su empeño. Vencidos por el sueño, se quedaron dormidos menos uno, que dejó libre su espíritu travieso, y aprovechando el letargo de sus colegas, les tiznó la cara grotescamente. Las risas y burlas mutuas que se intercambiaron al despertar quedó interrumpida al verse rodeados por los guardas de la dehesa a caballo que, sin darles tiempo a reaccionar, los amarraron de dos en dos para formar con ellos una cuerda de presos que, con las caras pintarrajeadas y los capotes al hombro, fue conducida por las calles de Sevilla hasta la “casilla” de la Alhóndiga entre la chanza de los vecinos y las puyas que éstos dirigían a los caballistas por haber detenido “a los toreros del mañana”. Gracias a las generosas gestiones de don Antonio Miura, Manuel fue puesto en libertad al día siguiente; mas no por ello desistió el mozo de sus tropelías. Entre sus preferidas, se encontraba la de apostarse con su cuadrilla en las inmediaciones del matadero público y espantar a las reses que a sus naves llevaban, para

posteriormente perseguirlas y torearlas. En una de ellas, de no mediar la fortuna, tal vez esta historia hubiese acabado antes de comenzar. Enterados de que iban a llegar al matadero una tropilla de reses bravas de la señora de Ibarra, se situaron al acecho del ganado en el prado de San Sebastián para después espantarlo y, una vez desbaratada la piara, cada torerillo se dio en perseguir una de ellas dándole igual que fuese vaca, toro, buey o becerro. En su persecución, el Espartero creyó distinguir en la oscuridad de la noche la silueta de un toro a la altura de las caballerizas de San Telmo y allí se dirigió a torearlo. En cuanto el burel sintió la presencia del intruso, se le arrancó a cuatro patas y, burlado su intento, acometió de nuevo, dándole Manuel dos o tres lances más, hasta que, orientada la res, lo encunó y volteó arrojándolo contra un árbol donde quedó semiinconsciente, aunque con la suficiente lucidez para resguardarse en la cuneta que formaban sus raíces, donde, aunque el toro hizo por él, no pudo alcanzarle. Y allí permaneció largo rato hasta que, aburrido y desorientado en medio de la oscuridad, el astado volvió la culata y reemprendió la huida.

El 17 de junio de 1883, después de haber participado en todas las capeas celebradas en los alrededores de Sevilla, consigue, a través del banderillero Manuel Garroche, su íntimo amigo y compañero de fatigas, el primer contrato de su vida para matar un toro en Cazalla de la Sierra. El empresario, al ver su aspecto aniñado y lo desmedrado de su figurilla, optó por encerrarle un añojo flaco y sin defensas; pero cuando Garroche fue a los corrales y vio al “enemigo”, aconsejó a Manuel que se negase a matar aquella “mona”, porque, además de no proporcionarle honra alguna, estoquear una “babosa” como aquella era indigno de un matador escriturado. Estuvo de acuerdo Manuel y pidió al empresario sustituir la “cabra” por otro astado de mayor trapío, a lo que accedió aquel enchiquerando un señor toro conocido por su bravura por aquellos contornos y que pastaba en tierras de El Pedroso. La actuación de El Espartero fue tan del agrado de los lugareños, que se hizo imprescindible en los festejos de dicha localidad. Del mismo modo, Manuel siempre llevaría a Cazalla dentro de su corazón. La prueba es que, siendo ya famoso matador de toros y anunciado –16 de agosto de 1891– como único espada para matar cuatro toros de doña Celsa Fontfrede, tuvo la desgracia de que el primer toro le infiriera una cornada en el pecho de diez centímetros de extensión por dos de profundidad, por cuya extremidad superior tuvo salida el pitón. Desencantado, ya daba el público por finalizada la oportunidad de ver a su ídolo, cuando Manuel, uniendo a su proverbial generosidad el cariño que sentía por el primer pueblo que lo contrató y que tan bien se portó siempre con él, pidió un pañuelo para frenar la hemorragia y prosiguió la lidia, pese a las protestas de los espectadores, matando superiormente aquel toro y a los tres restantes sin volver a preocuparse del hondo taladro que llevaba en el pecho.


Después de aquella primera actuación, toreó en Gerena, donde sufrió un grave percance, y amplía su radio de acción toreando en Trigueros y Beas; volvió a Cazalla de la Sierra estoqueando lucidamente un cuatreño de don Manuel Cubero, llamado “Cardenito”, al que cortó la cabeza como recuerdo de sus primeros éxitos. Y así se fue haciendo un nombre que llegó a oídos del célebre Manuel Domínguez, aquel que motejaban “Desperdicios”, el torero macho, representante de la escuela rondeña, a quien se debe la frase de: “Más se hace en la plaza con una arroba de valor y una libra de inteligencia que al revés.” Mandó éste llamar a Espartero y le regaló un magnífico estoque con empuñadura de plata, advirtiéndole: “Me han dicho que eres un valiente. Ahí tienes este estoque en prueba de cariño. Rómpelo mejor con los huesos de las reses, antes que una se te quede viva. Mucho cuidado con lo que haces, y si las contrariedades del oficio que emprendes han de pesar sobre tu ánimo, convirtiéndote en un “marijuye”, retírate mejor del toreo.”

El Espartero agradeció siempre aquel obsequio y nunca olvidó aquellos consejos, que venían de un matador, cuyos proverbiales arranques de valor, admiró siempre. Pero el Señó Domínguez podía estar tranquilo, porque nunca lo defraudó. Es más, hubo de sentirse orgulloso cuando se enteró de que toreando en Sanlúcar de Barrameda, el 5 de julio de 1885, por caer heridos la mayor parte de los toreros y negarse los que no lo fueron a salir del callejón, tuvo Manuel que banderillear y matar toda la corrida, para agradecimiento y entusiasmo de público y empresario al que salvó de un conflicto serio. Aunque acopiaba con anterioridad mil pruebas de su arrojo y valentía, esta hazaña de Sanlúcar hubiese bastado para cimentar sólidamente su fama.

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