Joselito el Gallo bajó al albero onubense con un capote de Morante

Hay runrún en el «tendío» de Huelva. Ya desde la cruz del paseíllo había captado la atención de varios ojos. Se habla entre los asientos que huele a tauromaquia antigua. Toreo viejo, sabor añejo. El blanco y negro trasladado a un verde bandera y oro triunfador con aromas de Jerez. Los buenos aficionaos’ lo corroboran. Es él. Parece como si el Rey de los Toreros hubiera descendido del Reino de los Cielos y se hubiera calado la personal montera del genio de la Puebla.

Le voy a ser sincero, estimado defensor de la Fiesta Nacional. Yo me marcho mucho más contento habiendo sido deleitado por los ligeros trazos de la buena pata negra hoy mostrados, que por veinte orejas que se hubieran regalado por echar la pata atrás y pegar «jarpíos» para acá y para allá como acostumbrado se halla el personal. José Antonio Morante, emborrizado hasta la castañeta del toreo joselista, ha demostrado una vez más -de tantas- ser un estudioso de este arte de los toros. Todavía se respira en el ambiente colombino esa única y exclusiva dimensión que de su percal se forma, como si se tratara del alfarero que moldea, sin prisa, su propio búcaro. 

Embarcando con los brazos por bajo la pronta embestida del burel recién salido de toriles, como lo hiciera hace un siglo Don José Gómez Ortega, con esa particular celeridad, inquietud, fugacidad de repente convertida en la máxima parada del tiempo concebible en un coso taurino. Esa faceta lidiadora que hace al cigarrero liderar el escalafón. Esa privilegiada capa que se enfrenta a los pitones de cualquier encaste. Y ese esportón de recursos toreros y solamente morantistas con la franela que hacen sentir al aficionado todo un afortunado de estar presenciando tal momento. Todo ello me hace reflexionar, y consecuentemente concluir que este 2021 es la réplica a aquel mítico quite por soleás llamado 2009. El año de Morante.

Pero no termina aquí el asunto. Un verdadero baño de las leyes del mismísimo Cossío, en las yemas de los dedos del trianero Juan Ortega, ha regado hoy el ruedo de La Merced. El ganado, para haberse quedado en los chiqueros. Mas compensado con delicadas brisas de su habitual concepto del toreo forjado entre las fachadas del Altozano. Con pureza, alma, autenticidad. Torería que le chorrea de las moritas de las hombreras. Pinceladas que dan vida. Tornando la noche en día, y que hacen salir al taurino de la plaza, como dice la letra: «borracho de arte / al compás de la bulería».

Artículo de opinión de Romero Salas.

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