FRANCISCO BARROSO TRIUNFA EN SU ALTERNATIVA

Vicente Parra Roldán

Desde las siete y cuarenta y minutos de la tarde del día 4 de agosto de 1.997, Huelva cuenta con un nuevo matador de toros. Francisco Barroso alcanzó ese día uno de los primeros objetivos que se había marcado en sus sueños, la alternativa, que le abrirá las puertas para llegar a ser figura del toreo.

Y Francisco Barroso, junto con sus hombres, llegó a la plaza a la antigua usanza, en un carro de caballos, ganándose, en su desfilar por las calles onubenses, las primeras ovaciones y los mejores deseos de sus paisanos que, sin embargo, sólo cubrieron un cuarto de plaza.

En los chiqueros, reses de José Ortega Sánchez, de correcta presentación y que dieron un desigual juego, algunos mansos y otros con nobleza y blandura que sirvieron para el triunfo de los actuantes, pero en la mayoría se notó la falta de casta. El sexto fue devuelto y reemplazado por el sobrero del mismo hierro.

Francisco Barroso supo salir de forma destacada en tarde de tanto compromiso y, en momento alguno, pareció que fuera el toricantano. Recibió al de la ceremonia – Amapolo de nombre, marcado con el número 66, negro zaino y con 493 kilos en sus lomos – con una larga de rodilla y siguió con buen capotear. Tras una entrada al caballo, hizo un quite de frente por detrás. Tras la ceremonia, protagonizada por Manuel Díaz El Cordobés, Francisco hizo salir al ruedo a la persona que le ha abierto el camino, luchando a brazo partido para que llegar este momento tan feliz. Eugenio Barroso, su padre, emocionado, recibió el brindis de su hijo, fundiéndose en un sincero abrazo mientras algunas lágrimas les caerían. Francisco inició su trasteo con unos ayudados por alto para seguir toreando con ambas manos a un toro que, si bien fue noble y suavón, careció de las fuerzas precisas para transmitir lo mucho y bueno que el torero le estaba ejecutando. El público estuvo con el torero, alentándole con sus aplausos y emocionándose cuando Francisco le ofrecía los muslos a los pitones de su oponente. Fueron unos minutos de gran emotividad y en los que el torero demostró su valor y su dominio. Después le dejó una estocada para que estallaran las ovaciones, salieran los pañuelos de los bolsillos y se pidiera con fuerza la oreja que merecidamente Francisco Barroso había conquistado. Con el que cerró plaza fue otro triunfo grande ante un animal sin mucha calidad, pero que le permitió construir una faena honda, valiente y cabal que, al concluir de pinchazo y estocada, le supuso el corte de las dos orejas.

Manuel Díaz El Cordobés satisfizo a sus seguidores con el valor y los recursos acumulados por su experiencia. Cortó una oreja a cada uno de sus toros entre el beneplácito de los espectadores. Vicente Barrera, que reemplazó al lesionado diestro colombiano César Rincón, dejó muestras de su saber torear ante el buen segundo al que le cortó las orejas pero naufragó en el otro. Cal y arena del espigado diestro valenciano.

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