La torería de Joselito Sánchez en el segundo tentadero del Bolsín «Coso de los Donceles» de Lucena

Comienza el segundo tentadero clasificatorio con el capote de Álex Mariscal, flexionando la rodilla, atavido con chaquetilla de corto negra, sin lucimiento y bregando con el incipiente carbón de la vaca que apenas disminuye en las tres entradas al caballo como tres pruebas del azúcar.

Coge la franela Álvaro Vicario, de negro, con un entregadísimo inicio de faena en los medios de rodillas y con solvente ligazón. Más tarde descompone la figura al bajar la mano, y más que otra cosa animando al respetable con populacheros y poco toreros gritos al final de cada serie.
Destaca más Mariscal, aprovechando la positiva condición de la castaña, mostrando recorrido, con correcta colocación y templando despacio por ambos pitones, demostrando un concepto del toreo serio y de gallardía.

Nos delita Joselito Sánchez, de chaquetilla azul marino, a la verónica con gusto y suavidad, bajándole las manos. Se mide el castigo de la vaca, melocotona, con tranco y fijeza.
Turno de Juan Nieto, con dominio poderoso pero falto de emoción en el tendido. Persevera en el recorrido del animal con la pañosa a media altura.
Aparece de repente un torero con seis letras sobre el ruedo lucentino, cuyo rostro no es divisable a causa de las alas de su excelso sombrero a punto de convertirse en montera de figura… y por esa maestra barbilla atornillada al pecho mientras los brazos juegan a hacer magia levantando sutilmente un pañillo colorao impregnado de la esencia que merodea por los arcos de la Maestranza y por los tercios de Las Ventas, impacientes de acoger a una no muy lejana promesa del toreo. Concepto excelso, grandioso, una auténtica delicia para el aficionado. Contando con una mejor presentación de la muleta a la cara del bovino, planchándola más si cabe, quisiera, Maestro, darle las gracias desde estas humildes líneas.

Recibe Javier Poley sin poder lucirse con el percal, de gris plomo, para que el picador Álvaro Marrón le propinara dos varas arriba y en su sitio a la de capa negra.
Inicia toreramente la faena Ignacio García, con chaquetilla negra, manteniendo la naturalidad, aunque con falta de mejor colocación. No consigue transmitir al público debido a la escasa ligazón.
Poley cose los muletazos citando de frente y con la pureza por bandera, exprimiéndole todo el jugo posible que atesora la vaca, por ambos pitones y creando detalles de prestigio.

Se muestra dificultosa de salida la cuarta vaca del tentadero, que impide el lucimiento capotero de Ignacio Olalla, de chaquetilla blanca. Acomete tres veces al peto.
Enrique Herreros, de grana, tiene problemas en la cara del animal, con nula humillación, por la escasez de óptima colocación y la falta de oficio con los avíos, motivos por los que no se vacía finalmente y no consigue expresar su tauromaquia al completo.
No obstante, Olalla torea con mayor seguridad, vertical y con torería, aunque no termina de colmarse el vaso de la transmisión.

Breve es el saludo con la capa por parte de Javier Camúñez, de negro, debido a la prontitud de la vaca, restada de fuerzas en el caballo y sus dos puyazos correspondientes.
Nos ofrece Clement Jaume, con traje de corto gris, un amplio dominio de la técnica, basado en una descomunal naturalidad. Lo que se acostumbra a llamar «torear con el paño de la cocina». Sensacional el francés que sorprende con un «Castelliano» comienzo de faena con entrega y valor en los medios, pasándose al animal por la espalda.
Le falta a Camúñez confianza en sí mismo, esa seguridad que le permita expresar el duende que dentro lleva, y que asomaba pero que no terminó de salir.

De un gris azulado viene Borja Escudero, también sin lucimiento con las telas fucsias. A gran distancia se coloca a la va a para tomar tres acertadas puyas.
David López, de verde oliva, no duda en extraer desde el principio su innato pellizco torero, con excepcional colocación, que en algún que otro natural eriza el vello del aficionado de alma y sentimiento. Con un magistral concepto de pureza y clase nos deleita el madrileño, siguiendo el modelo de las grandes figuras. Sublime.
Por su parte, Borja, se muestra verdaderamente experimentado y con gran oficio, desde la manera de andar, el cite, hasta el pase de pecho acabado en la última cerda del rabo. Seguro de sí mismo y sin titubeos, expone una tauromaquia más superficial que interna y sin escaso sentimentalismo.

-ENTRADA: Un quinto del aforo permitido-
Imágenes de autor
Romero Salas

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